De estar lesionada y sus etapas
Algunos pensamientos sobre escuchar al cuerpo, el descanso y nuestro afán en el mundo.
Lesionarse es espantoso, no se lo deseo a nadie. Es una sensación que te deja sin ánimo, que da miedo, que te tiene en una situación de incertidumbre, resistencia y frustración. De hecho, creo que lesionarse tiende a doler más en el corazón que en el lugar de la lesión.
Lesionarse siendo adolescente ni se diga. Pero, lesionarse siendo adulta, después de pasar por unas cuantas lesiones deportivas, cambia la forma en la que entiendo ese momento en el que el cuerpo te pide que pares y sanes.
Y es que lo más duro de lesionarse no es la recuperación física. Me atrevo a decir que lo más duro es poner a la mente en su lugar y decirle que, al igual que la parte del cuerpo que está quieta, ella también debe estarlo, que es un trabajo en equipo.
Etapa 1: la negación y la distorsión del dolor
Empieza con un dolor, un dolor que intentas calificar de 1 a 10. Un 10 que significa que no hay nada que hacer y un 1 que significa que, probablemente, mañana ya no duela. El problema es que en esta etapa la objetividad se nubla. Casi siempre vas a calificar tu dolor con un 2 o por mucho, con un 5. Un 5 que significa que “duele mucho” pero que en la escala no se ve tan grave. Un 5 que convierte al 10 en un número que ni siquiera existe.
Intentas correr en el puesto, hacer saltos e imitar los movimientos de cuando corres, a ver si la cosa es grave. Da igual si duele, tú piensas que no es nada. Que con un masaje y un par de analgésicos estarás lista para hacer los 18 km del domingo.
Pero el cuerpo habla, siempre. No importa si el dolor califica como un 1 o como un 10. El número 1 tiene un mensaje, un mensaje que deberíamos escuchar aunque el ego diga que somos invencibles y aunque la cultura del rendimiento insista en que descansar es rendirse.
“La búsqueda contante de autorregulación por parte de la sabiduría organísmica (todo lo que compone nuestro cuerpo), seguirá encontrando caminos para regresarnos al equilibrio, al reposo. Perdemos contacto con nuestra sabiduría organísmica, cuando empezamos a utilizar la misma forma de estar en las diferentes situaciones que se presentan.”
Etapa 2: la preocupación y la duda
Llega el domingo. Te alistas como siempre, calientas y desde ahí, algo se siente diferente. Como si tu pierna, tu tobillo o tu pie ya no fueran tuyos. Como si esa parte del cuerpo que duele estuviera desconectada del resto, porque tu mente insiste en que estás bien.
Y aún así corres. La adrenalina hace su trabajo y logras terminar. Pero después, cuando el cuerpo baja su temperatura, el dolor crece. Te duele tanto que volver a casa se vuelve difícil.
Cuando estoy en este punto, con el dolor en un 10 real, me pregunto: ¿qué necesidad había de llegar hasta aquí? Estoy segura de que, si escucháramos al cuerpo en la primera etapa, evitaríamos muchas consecuencias. Pero lo ignoramos. Alimentamos ese círculo en el que no paramos, nos lesionamos más y nos convencemos de que mejorar sin descansar es posible.
¿Por qué decidimos ignorar lo que el cuerpo intenta decirnos? Parece ilógico pensar que, si seguimos moviéndonos y estimulando la zona afectada, vamos a mejorar. Pero esa falta de lógica aparece una y otra vez cuando nos lesionamos.
Creo que la respuesta a la anterior pregunta está en el miedo: el miedo a enfrentarnos a las emociones y sensaciones que trae una lesión. Sé cómo se siente tener que parar: la impotencia de solo poder esperar, la incertidumbre de si el tratamiento va a funcionar, la frustración de que haya días en que te sientes peor que al inicio, las ganas de que ya hayan pasado meses y estés bien. Sé que uno hace todo lo posible por no llegar hasta aquí, incluso si eso significa empeorar la lesión.
Etapa 3: empiezas a oír, pero aún no escuchas
Lo aceptas. Hay dolor. Es probable que haya una lesión, aún no lo sabes pero sabes que el cuerpo no se siente bien. Buscas en Google, en ChatGPT. Y sí, quizá le haces caso cuando te recomienda consultar a un fisioterapeuta. Ya lo sabías. Pero a veces, es más fácil escuchar a otros que asumir lo que ya intuías.
Vas al médico. Te dicen lo que tienes y lo que hay que hacer. Parte del tratamiento: la quietud, el descanso. Algo que también ya tu cuerpo te había dicho pero que habías decidido omitir.
Empiezas tu recuperación, pero haces solo la mitad: vas a terapia, pero no descansas. Mejoras, pero lento.
¿Qué es lo que tiene el descanso que tanto nos incomoda? ¿Cómo la productividad termina invadiendo incluso nuestros hobbies, esos que se supone hacemos por placer? ¿Qué es lo que nos gusta de sentirnos agotados?
Etapa 4: de verdad escuchas
No queda más opción que parar. De verdad parar. Escuchar al cuerpo, a los médicos, al dolor.
Y es triste, porque cuando por fin lo haces, ya no es tan fácil como si lo hubieras hecho en la Etapa 1. Ahora toca descansar el doble, hacer el doble de terapias, invertir el doble de tiempo y recursos.
Hay que escucharse de verdad, desde el día uno, desde el primer malestar. No tiene sentido tener una mente fuerte si el cuerpo no lo está. Y viceversa.
Y no es que yo sea experta en parar. Muchas veces no lo he hecho. La mayoría de veces he querido que la lesión desaparezca mágicamente. Pero quienes hacemos esto de forma recreativa deberíamos aprender a darle más valor al descanso. Al fin y al cabo, hacemos esto porque nos gusta, porque nos mueve. Y si no podemos movernos, entonces nada tiene sentido. Irónicamente, es el descanso lo que realmente nos permitirá llegar más lejos.
Etapa 5: te sientes mejor
Volver es hermoso. Volver a correr, a jugar baloncesto, a levantar pesas, a nadar, a moverse. Hay muy pocas cosas comparables a la emoción que se siente cuando puedes retomar. Pero esa emoción solo se siente tan intensa porque conociste la pausa. Porque estuviste del otro lado.
Y no digo que ojalá todos nos lesionáramos para entenderlo. Pero sí, ojalá todos tuviéramos la sabiduría para escuchar al cuerpo, honrarlo con descanso y tratarlo como nuestro equipo. No solo con palabras y con frases motiviacionales: con acciones.
Etapa 6: olvidas todo
Aquí viene lo irónico: todo lo que nos trajo hasta aquí… se olvida. Así como empezamos haciendo todos los ejercicios que manda el médico y luego los dejamos de lado cuando nos sentimos mejor, también olvidamos las reflexiones, los aprendizajes, las lágrimas que dejó la lesión. Es probable que, la próxima vez, volvamos a olvidar lo que nos enseñó la pausa.
Por eso escribo esto. Para no olvidarlo.
Para recordarme que una lesión no es solo física, también es mental.
Para dejar constancia de que descansar no es rendirse, es cuidarse.
Para documentar que, cuando vuelva a lesionarme, será válido todo lo que me cueste aceptarlo, todo el revuelto emocional que sienta… pero también todo lo que ya he aprendido en el camino como deportista aficionada.Y para decirme a mí misma, y a quien me lea: vas a estar bien.
Creo que escribir y registrar, como lo estoy haciendo aquí, es un buen ejercicio para no olvidar. Para entender por qué una lesión también es parte del deporte. Para recordar que hay que escuchar al cuerpo. Y para dejar un testimonio de esperanza: volverás a estar bien. Más fuerte. Más consciente. Más tú.
Hoy soy yo quien aprende de ti, de tu pasión, de tus vivencias. La vida tiene esa magia: un día somos nosotros quienes guiamos, y al siguiente, son nuestros hijos quienes nos inspiran y enseñan. Me conmueve ver cómo tus gustos y pasiones van tomando forma, cómo tus experiencias se transforman en palabras que dejan huella. Gracias por compartir parte de ti en este escrito. ♥️
Lo más increíble es que lo sabemos, tenemos la experiencia y no lo hacemos. Creemos que existe forma de aprender a correr con dolor y ese es el peor error que podemos cometer. Entonces estamos fuera por más tiempo. Gracias por tu escrito.